Por: Ma. Del Carmen Tamayo S.M
Si atendemos el discurso electoral de la temporada parece que hemos regresado al país de hace veinte años. Hay un partido invencible y tramposo al que solamente puede derrotar una alianza de todos sus adversarios. El PRD y el PAN unidos para desbancar al PRI. No deja de ser curioso: uno de ellos ocupa la presidencia desde hace más de una década pero trasmite cotidianamente su nostalgia de la brega opositora. El otro estuvo a un pelo de ganar la presidencia pero hoy parece aterrado por la posibilidad de ser barrido en las elecciones. Y el PRI, sin haber dado un solo paso en su renovación, es hoy el partido más popular y el menos aborrecido.
Desde hace meses, el PAN y el PRD nos retrotraen a los años ochenta para advertirnos que no hay condiciones de competencia, que las instituciones están cargadas; que los medios no dan cuenta de lo que pasa en las campañas.
Las alianzas han recibido muchas críticas. Las más severas han sido, por supuesto, interesadas. Para los priistas, esta coalición de contrarios es antinatural y perversa; un golpe a la brújula que los electores necesitan para orientar su voto; un pacto oportunista en el que impera sólo la antipatía y que no podrá sobrevivir la jornada electoral. Sea como sea, la primera prueba, la crucial, será en el momento del voto.
¿Pueden convertirse estas alianzas en fórmulas exitosas? Ya lo veremos. Dentro de un par de meses se podrá hacer la primera evaluación del acuerdo. Por lo pronto, lo que es visible es el riesgo que corrieron los partidos nacionales que se ubican en los extremos del arco
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